ORUGA
- Chin… ya se me hizo tarde-
refunfuñaba Horacio mientras corría para meterse al paradero del optibus, -
ahora a ver a qué hora pasa esta
porquería- seguía molesto por la hora. Pagó con monedas su acceso, luego de
darse cuenta que su tarjeta ya no tenía crédito ni para un pasaje y se metió a
esperar, no sin antes aventar la tarjeta dentro de la mochila, como si la
tarjeta fuese la culpable de su tardanza.
Molesto vió como se detenía
frente a él el trasporte, sin poder subir ya que esperaba la línea 1 y quien
con las puertas abiertas le invitaba a subir era la 2. Desde su espacio en el
andén quiso distraer su tiempo observando a los viajantes de esa línea dos, se
escuchó el silbido y las puertas se
cerraron mientras observaba los rostros de quienes sobre el transporte público
avanzaba sin moverse y en algunos casos con sus miradas ajenas a la vida de la
ciudad.
Antes que el transporte-oruga acabara
de tragar gente y se alejara del paradero alcanzó a ver un hombre de entre 50 y
60 años, contando discretamente un montón de billetes que cuidadoso sacaba por
momentos de un viejo morral. Al ver al
hombre con sus billetes su primer reacción fue llevarse las manos a los
bolsillos, sólo tres monedas una de diez otra de cinco y la última de dos.
Comenzó a caminar por todo el
paradero, los 15 metros del lugar los recorrió varias veces, esperando a que su
oruga llegara, cerca de él un hombre de rostro humilde con tres pequeños de no
más de 8 años el mayor y una guitarra, también esperaba el transporte. Se le quedo viendo mientras el hombre les
hablaba a sus pequeños en un dialecto que le fue imposible identificar,
enseguida los niños quedaron prácticamente inmóviles junto al que parecía ser
era su padre.
Cinco minutos que para él fueron
como 40 y el transporte llegó, apenas se acercaba la puerta al pequeño anden y
todos los futuros pasajeros ya se encontraban apretujados justo a la entrada. Arriba de sus cabezas un letrero les gritaba
“Permita salir antes de entrar” sin que su escandalosa súplica fuera
atendida. La puerta se abrió, todos
avanzaron hacia el interior dificultando el paso de quienes angustiados
intentaban descender para continuar su vida fuera de las entrañas de esta larva
de mariposa.
Como pudo entró y se acomodó de
pie al lado de un asiento destinado para discapacitados y personas de la tercera
edad, junto a la ventana una señora de muchas primaveras y cabello casi
totalmente blanco leía un pequeño cuadernillo de oraciones, de cuando en cuando
levantaba los ojos sin tomar en cuenta la penetrante mirada de este observador
improvisado, él volteo a ver el reloj, las manecillas cada vez le gritaban con
más fuerza que iba tarde. Como un acto reflejo cada que
podía daba pequeños pasos hacia la puerta, aún y cuando faltaba bastante camino
por recorrer antes de llegar al paradero en que se encontraba su bajada.
Cada que la oruga abría su boca
para tragar gente el espacio se reducía, al parecer nadie quería bajar del
transporte y cada vez había menos lugar para permanecer inmóvil, los rostros y
sus historias se volvieron en un entretenimiento mientras cada vez más
apresurado caminaba el minutero de su reloj.
Volteo hacia todos lados, como si
estuviese buscando algo o a alguien, por un momento vio sorprendido como nadie
dentro del transporte ocupaba su tiempo en leer, sin embargo enseguida cambió
su apreciación al notar que incluso él no traía nada para hacerlo. Se sintió molesto por ser parte de eso que
comenzó a criticar, y volvió a distraer sus pensamientos en observar caras e
inventarles historias. Hacia el fondo de la oruga un
trovador silencioso paseaba su guitarra colgada de la espalda, por un momento
deseo que comenzara a tocar algo que hiciera más ameno el viaje que para él, parecía ser desesperantemente lento. La
manecilla cambió una vez más, en el monitor dentro de la oruga una chica daba
tips de cocina, recordó que con las prisas ni siquiera había alcanzado a comer
un pedazo de pan.
Nuevamente el transporte se
detuvo, abrió sus fauces y las entrañas volvieron a modificarse, la señora del
libro de oraciones ya no se encontraba dentro, tampoco el guitarrista, por un
momento deseo ser como ellos que habían logrado llegar a su destino librándose
del continuo roce de cuerpos desconocidos. Sus ojos se posaron durante
algunos segundos donde la espalda de una chica pierde su nombre, movió la
cabeza y dirigió su mirada hacia la ventana, los autos pasaban velozmente junto
a la oruga, que en cambio parecía que cada vez hacía su marcha más lenta. Un semáforo interrumpió su camino, la mirada
volvió a buscar los pantalones de mezclilla que se perdieron en el anonimato digeridos
por la oruga. Sin embargo encontró un
rostro sonriente que fusionado oído con celular no dejaba de mover los labios,
por lo poco que alcanzó a escuchar estos féminos labios hablaban acerca de una
fiesta ocurrida el pasado sábado, dejó de ponerle atención, “no fui invitado a
esa fiesta” pensó mientras sonreía. La
chica del celular lo vio sonreír e inmediatamente se volteó hacia la ventana
para seguir hablando, como si esquivara la sonrisa que supuso era para
ella.
Un pitido más, nuevamente las
puertas se abren, entra gente que desesperada busca acomodarse, mientras los
que van sobre el transporte intentan bajar. Aún le falta otra parada, un hombre
se hace espacio empujando gente para sentarse en el asiento destinado a
minusválidos, embarazadas o personas de la tercera edad, varios se le quedan
viendo con mirada de reproche sin atreverse ninguno de los presentes sin
decirle algo, el hombre sólo esquiva las miradas viendo pasar los autos por la
ventana.
La alarma de su celular vuelve a
sonar, es la tercera vez, esto le indica que ya son quince minutos los que
lleva de retraso, el intento por reclamarle a quien ocupó el asiento “prohibido”
quedó sólo en eso, un intento, ya que la alarma le volvió a su realidad y
retomó la preocupación. La oruga comienza a avanzar, él observando por la
ventana los edificios que pasan y le indican que está próximo a su destino,
alcanza a ver el siguiente paradero, lo observa ansioso como si su vida dependiera
de que se baje ahí. Por fin nuevamente se escucha el
pitido, varios se arremolinan junto a la
puerta esperando poder salir antes que los de afuera los regresen a sus
lugares. La puerta se abre y comienza la batalla, los brazos empujan, las
caderas abren espacio, una mochila se le atasca en el rostro. Justo cuando el
pitido vuelve a escucharse sale vomitado de la larva de mariposa, es libre al
fin. Mira su reloj y se para frente a la puerta del otro andén, el que va en la
dirección contraria; llega un optibus la 2, pero lo deja ir, él espera la línea
1.
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