ARCO
Habían pasado al menos 15 años
desde que partió de la ciudad, incluso aquel día volteo la cabeza, observó
durante unos segundos el arco de la calzada y se despidió de él como quien le
dice adiós de forma definitiva a un viejo amor. Los recuerdos del arco y algunas cosas que a su alrededor sucedieron
intentó meterlos en un baúl y sellarlo.
Un compromiso, de esos que uno
nunca quisiera tener, lo obligó a regresar a León. La repentina muerte de un
compañero de prepa, uno de esos compañeros que había acumulado años sin verle o
saber algo de él, pero que durante un periodo de su vida fue importante,
incluso el único que lo despidió cuando partió de la ciudad.
Trataba de escaparse de los
recuerdos al llegar a la ciudad, razón por la cual convenció a su pequeño hijo,
Ricardo, que le acompañara.
Evitaron entrar en la zona
centro, condujo directamente hacia donde su amigo en la eternidad ya le
esperaba. Los rostros desconocidos se
cruzaron en el camino, mientras caminaba con su hijo de la mano hacia donde su
amigo le esperaba para su último adiós.
Justo antes de llegar se topó con un rostro conocido, Claudia que sólo
lo vio agacho la mirada y fue a sentarse junto a su hija, una jovencita de unos
14 años. Josué la observó nervioso por
un minuto y siguió su camino.
Acompañó al féretro unos segundos
y decidió retirarse de ahí sin levantar la cabeza. Tomó a Ricardo de la mano y
salieron despacio, levantó un poco la cabeza buscando nuevamente la mirada de
Claudia, no la encontró. Se metió a una
capilla a decir unas oraciones por su amigo y se retiró de ese lugar que se
encontraba lleno de lágrimas y rostros sin nombre.
Anduvo en su auto durante unos minutos, giró
a la izquierda y ya se encontraba nuevamente sobre la Calzada de los Héroes,
una vez más luego de 15 años, al fondo el arco parecía darle por fin la
bienvenida
-Papá, qué es eso- preguntó
intrigado Ricardo a su papá, al momento que apuntaba hacia el Arco de la
Calzada, el pequeño de 5 años miraba sorprendido el monumento, como si fuese un
regalo que acababa de descubrir bajo el árbol navideño.
-El arco de la calzada- dijo el
papá y guardó silencio, Ricardo lo observaba como esperando una explicación más
amplia, la cual para desilusión del pequeño no llegó, debió conformarse con
girar la cabeza y continuar observando el arco coronado por el león.
El padre pensativo movió la
cabeza como en señal de negación, no tanto lamentando no poder ampliar el
conocimiento de Ricardo, sino buscando en sus recuerdos aquel año en que a la
edad de Ricardo aproximadamente llegó a la ciudad y por primera vez pasó cerca
del arco, sólo que en ese momento viajaba en el Falcón rojo de su padre, lo que
él vio era muy distinto a lo que ahora Ricardo podía observar.
Al pie del arco recordó como en
otros momentos la soledad se había acercado a él, ahora sin embargo por todos
lados había fantasmas, gente que caminaba dejando atrás espacios vacíos.
El león le vio y por un momento
pudo jurar que movió la cabeza en incluso abrió un poco más su enorme
hocico. Continuó viéndolo por largo
tiempo, hasta que el auto dio vuelta en una calle de la cual no recuerda el
nombre y le perdió de vista. Estacionó el auto y regresó hacia la calle Madero,
de ahí podría ir hacia el centro y cuando quisiera volver su vista al arco, a
sus recuerdos.
Esos recuerdos de la infancia
continuaban rondando por su cabeza, ahora el león no se movía, ahora sólo los
autos pasaban veloces cerca de él, sin detenerse a siquiera dedicarle una
mirada fugaz. Las parejas le ignoraban, los solitarios incluso escupieron a sus
“pies”
La noche llegó nuevamente en los
recuerdos sólo que esta vez ya no de su infancia, parejas desfilando en
aquellos momentos en que la soledad se apoderaba de la calzada, las sombras de
los árboles cubrían sus placeres silenciosos, del otro lado un par de “mujeres”
con voz ronca ofrecían sus amores. Josué
observaba toda esa fauna mientras cenaba unos tacos, justo antes de meterse al
bar que con la puerta abierta le esperaba impaciente.
Los recuerdos se esfumaron cuando
sintió un jaloneo en el brazo, era nuevamente Ricardo, ahora quería saber sobre
el templo expiatorio, Josué cruzó la acera para que fueran a ver el templo, sin
embargo su mirada había vuelto hacia el arco y a los recuerdos, dio un par de
pasos y se sentó en el primer espacio libre que encontró, no le importó que fuera directamente en el
suelo e incluso junto a un bote de basura, su mente se encontraba absorta en
los recuerdos del arco.
Sintió como si la guitarra
volviera a sus manos, se encontraba tocando una canción de Silvio Rodríguez – Ojalá
por lo menos que me lleve la muerte…- la canción salió de su cabeza, realmente
la estaba cantando mientras con los ojos cerrados sólo imágenes del recuerdo le
llegaban. A su alrededor todos lo veían extrañados, Ricardo quiso hablarle pero
cada que se acercaba su papá cantaba otra estrofa y continuaba con su mímica
tocando la guitarra.
Josué continuaba con sus
recuerdos, caminaba bajo el arco cuando Claudia le pidió que hablaran –ya no podemos seguir- Josué permaneció sólo
viéndola, no sabía que decir lo que menos esperaba es que Claudia, aquella
chica que apenas ayer le decía que le encantaba y que lo amaba hoy lo estuviera
cortando, quiso gritar y pedirle una explicación pero un nudo en la garganta se
lo impidió – pero ¿por qué?- preguntó casi tímidamente, Claudia bajó la mirada
y comenzó a caminar, él la siguió, aún estaban tomados de la mano – Mi papá
quiere que nos vayamos a vivir a México – Josué intentaba rescatar lo que
pudiera haber de su relación – México no están tan lejos, puedo llamarte por
teléfono e ir para allá cuando menos cada 15 días- ella sólo movió la cabeza –
No Josué, ya se acabó me voy a ir el viernes- , no pudo aguantar, los ojos se le humedecieron, Claudia sorprendida
le soltó la mano, aún y cuando llevaban casi un año de novios, nunca lo había
visto llorar – Ya pues al carajo, ni que me importara tanto – explotó Josué a
forma de defensa gritándole a Claudia – Oye pero porqué me hablas así, yo no
tengo la culpa, a poco crees que tengo muchas ganas de irme para allá, es cosa
de mi papá- Claudia estaba triste por la reacción de Josué, ella pensaba pasar
su último día con él de una forma especial – Ya lárgate pues, vete con tus
chilangos – gritó Josué llorando.
- Ok, adiós Josué, yo si quería
que nuestro último día fuera especial – Claudia se dio la vuelta y comenzó a
caminar, mientras él con rabia y llorando como un niño estrellaba la guitarra
que traía contra el suelo, y ahí quedaron los pedazos de la guitarra tirados
junto a su dignidad.
Sentado en la banqueta frente al
tempo expiatorio Josué seguía con su mímica tocando la guitarra y cantando
mientras de los ojos brotaron un par de lágrimas.
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