Atesorando Sueños
El hombre, de aproximadamente 50
años, siguió contando sus ilusiones sentado en el mismo espacio da la banqueta
en que lo hacía desde hace al menos un mes, ahí a unos metros del arco justo
donde si levanta la mirada y mira de frente, sus ojos se topan con la recepción
de ropa limpia de los paseantes. Ese día
que sin más ni más apareció, se sentó y comenzó a contar el “fajo” de billetes
falsos que cargaba amarrados en un paliacate.
Su rutina se repite día a día, desde las 10 de la mañana y hasta las 2 o
3 de la tarde.
Nadie sabe dónde como, o siquiera
si come, se distrae apenas unos segundos para ver pasar a la gente y vuelve a
su rutina habitual de contar uno a uno los billetes que trae siempre dentro de
la bolsa de su maltrecho saco.
Sus sueños pasan uno a uno,
mientras cuenta de forma ordenada primero los billetes de a 20, enseguida los
de 50 para finalizar con los de 100.
Uno, dos, tres… así hasta llegar a los 30 billetes de “20 pesos”, los
acomoda entre sus piernas apretando el rostro de Juárez con sus muslos,
mientras José María Morelos continúa con su turno y pasa unas 50 veces frente a
los ojos de este hombre.
Cambió sus sueños por billetes, y
uno a uno religiosamente como todos los días pasa los billetes cachos de vida
frente a sus ojos. Se detiene entre Benito y Morelos, coloca los billetes sobre
el suelo y con varios a modo de rompecabezas arma un auto, vehículo que
permaneció sin ruedas pues las monedas no corren por sus recuerdos.
Cuida sus billetes como su propia
vida, incluso por momentos los separa de la vista de los curiosos transeúntes
que pasan a su lado. Hace cómplice de su “riqueza” a la soledad que día a día
le acompaña, platica con ella, ríe y llora.
Deja caer un billete de a cincuenta – adiós
Carmela- y barre su auto billetes del suelo, pero vuelve a acomodar cada uno de acuerdo con su
valor. En su mente vuelven los
recuerdos de Carmela, cierra los ojos e inclina la cabeza, recargando la
barbilla sobre su pecho. – Vámonos que
se hace tarde súbanse todos a la Carmela – y completo el equipo de futbol subía
a la camioneta roja modelo 85 que en la parte superior del parabrisas tenía
pegadas las letras que formaban su nombre, Carmela.
Aquella mañana llevó la Carmela
con una persona que le ofreció 80 mil pesos por ella, sin dudarlo ni por un
momento aceptó, era más de lo que realmente valía la camioneta, además se lo
pagaría en efectivo. Llegó a las 10 a.m.
como se había acordado, ya le esperaban. Sacó los papeles y los entregó en
cuanto recibió un morral lleno de billetes de 20, 50 y 100 pesos que contó
con cuidado, al cerciorarse que eran los 80 mil entregó las llaves, se despidió
de la Carmela, sólo vio como subían en ella, la echaban a andar y se alejaban
rápidamente del lugar, él caminó hasta la parada del camión que lo acercaba a
su casa.
- Lo siento señor, pero este billete es falso
– fueron las palabras que escucho en el banco cuando intentó depositar el
dinero que le habían pagado por su camioneta. Sacó del morral otros 10 billetes
de distinta denominación, todos con la misma suerte. No esperó a que le volvieran a decir lo mismo
del resto, tomó todos sus billetes y salió casi corriendo del banco. Anduvo
durante un rato, hasta que fue a sentarse en una esquina cerca del arco de la
calzada, sacó un puñado de “billetes” de su morral y entre lágrimas se dedicó a
ordenarlos, viendo pasar sus sueños y dándole un último adiós a Carmela.
Esta mañana no llegó, su esquina
sigue vacía desde las diez de la mañana en que debió haberla ocupado, arrugado
y olvidado un billete de fantasía que simula tener un valor de 100 pesos llora
la ausencia, casi escondido entre el ventanal y las protecciones de metal, Nezahualcóyotl lejos de su fajo canta versos tristes.
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