EL HACEDOR DE SUEÑOS
Permaneció sentado, observando a
su interlocutor. Continuaba ahí con la pierna derecha cruzada sobre la rodilla
izquierda y tomando una taza de algo que parecía ser café.
Mientras le hablan presiona sus
lentes hacia arriba con un dedo, como acomodándolos para aclarar las
ideas. Su rostro delgado con barba rala absorbe
la información mientras le da un sorbo a su taza.
Cerca de ahí, una edificación
enciende sus luces esperando a que el arte vuelva a nacer. La calle desierta, recibe la pesada noche que
cae sobre las banquetas de concreto; un largo pasillo les recibe, flanqueado
por un par de habitaciones que arropan orgullosas una pequeña exposición, una
obligada vuelta a la derecha revive los recuerdos, la caja registradora confunde sus sonidos con las notas arrancadas
a la guitarra, el ambiente se ha iluminado con velas y un ligero resplandor
lunar que le transforma por momentos la sonrisa.
De forma apresurada su interlocutor debió
levantarse de su asiento, él permaneció ahí sin preocupación alguna, continuaba
llevando la taza hacia su boca y esbozando una sonrisa. Durante un momento permaneció solo, sentado,
columpiando su pierna derecha sobre la rodilla. Los recuerdos llegaron aún sin
proponérselo.
Con su sonrisa fácil caminó por
esa zona que había transitado durante tantos años, que los recuerdos habían
olvidado hacer la cuenta, donde sus pasos se han quedado marcados y continúan
su andar eterno.
Esta noche volvió a iluminarse,
en al escenario ha vuelto Juan Valdivia, las salas se han llenado de la obra de
Morfin, y recibiendo a todos con sus lentes redondos y su barba rala, Miguel
Torres ha vuelto a su eterna morada, una vez más la buhardilla, allá en la Pino
Suárez, ha vuelto a vivir.
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