LA VIOLINISTA DE LOS OJOS CLAROS


Esa mañana estaba nerviosa, incluso los nervios le hicieron abrir los ojos mucho más temprano de lo que habitualmente lo hacía, era su día y lo sabía, hoy daría su gran recital, era el primer día en que iba a tocar frente a un gran público; un público heterogéneo y difícil, pero eso era lo que más le atraía de este reto.

Nunca lo hacía pero este ahora era especial, con la finalidad de no tener ningún pretexto de olvido lo anotó como recordatorio en su celular, a las 2 de la tarde una alarma le recordaría “hoy gran concierto a las 8 p.m.”

Se asomó por la ventana de su departamento, sólo corrió un poco la cortina, la calle aún se encontraba vacía, pudo ver un par de andantes y un camión que pasó sin detenerse en la parada que había cerca a la entrada del edificio en que vivía.  Aprovechó esa tranquilidad, abrió la ventana para que entrara un poco el aire y volvió  a recostarse.  El violín la observaba nervioso desde un rincón de la habitación, por un momento pensó en tomarlo y hacer un pequeño ensayo pero desistió de su idea, ya estaba programada y no quería que nada fuese interferir con el plan establecido para ese día, sólo se levantó, acarició el violín, observó junto a él su atril que aún sostenía un par de partituras y volvió a la cama, unos minutos más, aún era temprano.  

En la calle el sol brillaba cada vez más, los ruidos comenzaron a inundar su departamento y la cama acabó por escupirla.  Sin ponerse nada en los pies caminó a la cocina, el reloj de la sala le decía que ya eran las 10:07 de la mañana, en el sillón un cuerpo comenzaba a moverse como queriendo volver a la vida, no recordaba lo que había sucedido la noche anterior, ni quien era el que dormía en la sala así que volvió rápidamente a su cuarto. Sólo traía unos pequeños boxers y un top que permitía que sus pezones se asomaran por la tela de su prenda.  Independientemente que se encontraba, y se sentía casi desnuda no tenía ganas de ver o hablar con alguien esa mañana, seguía pensando en mantenerse concentrada para esa su presentación.  Se encerró en la habitación, permaneció sentada en la orilla de la cama, como si esperara que algo malo sucediera, y escucho ruido en la sala, ya se había levantado 
– buenos días – 
un grito retumbó en el departamento sin escuchar respuesta, 
- como si alguien me fuera a contestar-
 la voz se escuchaba triste, caminó por el departamento, los pasos se dirigieron al baño, la puerta se cerró y unos segundos después el inconfundible sonido que se produce al bajar la palanca del desagüe se escuchó con fuerza, mientras de la calle el ruido de los coches penetraba cada vez más.  Comenzó a escuchar unos pasos, contó diez, y se oyó la puerta que se abría, un fuerte portazo y enseguida el silencio.  Quiso salir, sin embargo decidió esperar unos segundos y mentalmente contó despacio hasta el cincuenta.  Finalizó su cuenta, el silencio reinaba en el departamento, y despacio abrió la puerta, nuevamente era dueña de tooooooodo su espacio.

Se paseó por el departamento durante un buen rato, no tenía ganas de salir, pero estaba aburrida. Las manecillas del reloj parecían no querer avanzar, apenas marcaban las 10:43.  Fue a su cuarto, tomo unos pantalones y la primer playera que encontró, claro de color negro, se calzó unos tenis y salió a caminar un rato.  Aunque la calle ya se encontraba llena de vida caminó sola, en su mente lo único que había eran notas musicales, a cada paso pensaba en lo que habría de tocar en la tarde, su primer concierto.

Una melodía de Alan Parsons Project la sacó de sus  pensamientos, era su celular, lo sacó de la bolsa derecha del pantalón, en la pantalla se leía Marisol, lo dejó sonar unos segundos más antes que la llamada enmudeciera.

Apresuró el paso, incluso por momentos corrió para llegar al café donde, comúnmente, Marisol ya la esperaba. Recorrió una silla y se sentó sin siquiera saludar.

- Qué pedo wey, qué paso?

Marisol puso su mano sobre la mesa en ella tenía una publicidad en la que aparecía su foto con un violín y cruzado aparecía el letrero de cancelado, se veía triste.

- Pero por qué? –

Marisol bajó la cabeza, como si no supiera que contestar y estuviese aguantando el llanto.

En silencio la violinista maldijo, sus ojos claros se habían enrojecido, y sacó su celular para hacer una llamada.

 - Jorge?, oye qué onda… -  
guardó silencio tratando de escuchar lo que del otro lado de la línea le pudiera responder, Marisol veía hacia donde a su amiga le cambiaba el rostro de sorprendida a verdaderamente enojada 
– Bueno, carajo contesta-

- este imbécil no me contesta, se me hace que se está escondiendo –

Molesta arrojó el cartel al suelo, Marisol le vio caer sin decir una palabra.

- Ahí nos vemos -  
Se levantó y caminó despacio y molesta rumbo a su departamento, Marisol permaneció sentada, y se quedó ahí pensativa, frustrada y molesta.

Llegó al edificio en que se vivía, en su rostro había llanto, ese llanto más de impotencia y frustración que de tristeza, subió los 24 escalones que la situaban frente a la puerta de su departamento, esta ocasión le parecieron eternos.  Se sintió sola, pero no tenía ganas de ver a nadie.  Normalmente la compañía le reconfortaba, hoy no.

En su habitación en un rincón el violín esperaba, ajeno a todo, la hora del concierto.  Alondra recostada en su cama tomó en varias ocasiones su celular, seleccionó algunos números pero en ningún momento se decidió a marcar, y así permaneció sola.  En la sala, el reloj marcaba ya la una de la tarde con 15 minutos.  Se quedó dormida.

La alarma le arrancó del sueño, eran las dos de la tarde, tomó el celular y leyó “hoy gran concierto 8 p.m.”, lo arrojó triste por lo que acaba de leer, para su fortuna fue a caer en un montón de ropa que se encontraba en el suelo.

Tomó el violín de su esquina, sentía que el instrumento le reclamaba tanto tiempo de abandono, lo colocó junto a su cuello y despacio el arco comenzó a jugar sobre las cuerdas, la música llenó la soledad de su departamento, las ventanas abiertas permitían que la música escapara y se mezclara con el monótono ruido de la calle.

Cuando terminó de tocar alcanzó a percibir un par de gritos

- BRAVO, BRAVO –

Se asomó por la ventana y en la acera de enfrene un hombre de unos 70 años veía hacia su ventana y aplaudía.  Alondra lo vio sorprendida y sin permitir que saliera sonido alguno de su boca hizo la gesticulación de gracias y le sonrió al hombre, que satisfecho la saludo con un ademán de la mano y continuó su camino.

Corrió hacia donde, entre la ropa, se ahogaba la alarma del celular que había vuelto a sonar, sin prestarle atención lo apagó y marcó el número de Marisol.  Apenas el timbre hizo una pausa y sin poner mucha a tención a quien le contestaba con excitación comenzó a hablar

- Siempre si voy a tocar, nos vemos a las 4 en la zona peatonal, ahí frente a la zapatería donde ya he tocado antes – 
sin decir nada más ni esperar respuesta arrojó el teléfono nuevamente al suelo, entre la ropa, y se puso a buscar con que vestirse para la ocasión.

- Bueno, bueno….- 
se escuchaba a lo lejos en el celular, hasta que se cortó la llamada.

Era una tarde cualquiera de cualquier sábado de un mes irreconocible, los rostros flotaban en una dirección sin rumbo hacia donde los llevaban los pies.  El ambiente era caliente los rayos del sol pesaban sobre el adoquin de la zona peatonal, sólo se escuchaban murmullos, en la esquina él vende globos, por otro lado aquella chica estaba terminando al novio, una más escoge zapatos, entran a tiendas de telas, buscan desesperados un cajero automático o simplemente dejan pasar el día dando pasos sin destino.

Alondra, la violinista de los ojos claros se apersona frente a la zapatería, extrañada porque sus amigas no están ahí, pone su atril ante la indiferencia de los transeúntes y comienza a tocar.

Las notas comienzan a llegar, una melodía desconocida pero bella cambia el rostro de la zona, de un lado una pared vacía, sólo con el aparador de telas dando su triste sonrisa a los transeúntes, en frente una vitrina de calzado.  Los edificios se levantan, por sus paredes suben reptando notas musicales arrojadas al viento por un violín que en medio de los edificios intenta conseguir miradas, escuchas.  En el suelo un estuche negro de violín apenas deja ver un par de monedas, frente a él de pie, sonriente a pesar del público que no es suyo, la violinista de los ojos claros mueve sus rizos y deja bailar el arco sobre las cuerdas.

Poco a poco rosas blancas comienzan a caer a sus pies, no hay palabras ni saludos sólo rosas y algunas lágrimas.

El ambiente se convierte casi de forma inmediata en otro,  los muertos vivos siguen pasando, sus rostros voltean hacia donde se encuentra tocando, y las flores caen, casi con indiferencia prosiguen su camino y vuelven a su espacio.  Ella sonriente continua con la danza de su violín, la música cada vez más frecuente hace que el ambiente se vea distinto.  Está siendo partícipe de una transformación

Entre pieza y pieza se muestra sorprendida por lo distantes que se ven sus amigas, y todo aquel que le deja flores en lugar de monedas, sin embargo sigue tocando convencida de la importancia que tiene su música, no necesitaba un bar.  No necesitaba a nadie.

Sus ojos claros se topan con la mirada triste de él, ya antes le había visto aquí recargado sobre la pared de enfrente observándola, escuchándola, se aman con los ojos paseando las miradas entre notas musicales.  Ya son uno, se besan recorren sus cuerpos conocen su piel. Se acerca, y de su boca apenas escapa un breve murmullo

- Te extrañaré -

Deja una rosa en su lugar y caminando desaparece, ella lo observa mientras se va, queriendo detenerlo, pero sin dejar de tocar el violín.

La violinista concluye su presentación, no hay aplausos ni felicitaciones.  La música silencia, el violín vuelve a su estuche, se pliega el atril con las partituras y la violinista de los ojos claros comienza a caminar, acabó el romance, el éxtasis explotó junto con la última nota del violín, la calle volvió a permanecer muda, sólo algunos murmullos.

Allá compra zapatos, él niño quiere una nieve, 50 pesos la pulsera, un oficial  observa vigilante la zona, que en silencio vuelve a morir.

Ella desaparece, en su lugar sólo quedan un puñado de rosas blancas, y un pequeño recorte de periódico en que se detalla su muerte un día antes al defender su violín de un asalto.

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