El Hombre de las Cajas


El vago de los cartones siguió su camino hacia ninguna parte, con un paso apresurado como acostumbraba hacerlo.  En esta ocasión su cabello lucía corto, a diferencia de ayer que casi llegaba a los hombros, sin embargo aún se veía desarreglado, como si el corte lo hubiese hecho sin cuidado y con una navaja en lugar de tijeras.

Hace pocos ayeres todo era diferente, si bien no era un alumno destacado, si cursaba una licenciatura, con calificaciones que le darían la posibilidad no sólo de concluirla, sino de insertarse sin problemas al mercado laboral.

En su camino levanta una pequeña caja del suelo, la extiende completamente y la acomoda bajo su axila, continúa su camino apresurado.

La ciudad era enorme, y él, recién salido de la universidad con un diploma bajo el brazo, pensaba devorarla por completo.  Sin embargo tenía un pequeño impedimento, debido a una complicada situación familiar por el fallecimiento repentino de su padre le era imposible ocuparse en un trabajo de tiempo completo, requería libertad.

La gente lo volteaba a ver, más que por su aspecto, por su actitud ya que además del paso apresurado, de su boca salían algunas palabras casi imperceptibles, cualquier persona lo podía oír pero era necesario detenerse un momento y poner mucha atención para realmente escucharle y comprender lo que venía diciendo.  Sin embargo una mujer que intentó poner atención sólo recibió una mirada retadora de parte de este hombre que a pesar de esto no detuvo su andar, miró fijamente a la mujer unos 5 segundos volteando su cabeza sin dejar de andar, giró nuevamente la cabeza hacia el frente y prosiguió su camino.

En su pequeño portafolios sólo había 5 folders, dentro de cada uno las 2 hojas a que formaban su breve currículum y la copia del diploma de finalización de su carrera.  Lamentablemente para sus aspiraciones profesionales su mayor experiencia era aplicando encuestas callejeras  y repartiendo volantes, nada que pudiera impresionar a una empresa y mucho menos con los requisitos de tiempo que se estaba dando el lujo de estipular en sus entrevistas.

Ha cambiado su ruta, como si temiera que alguien lo estuviese siguiendo, como si protegiera sus valiosas cajas de depredadores, el cabello sigue creciendo, sólo el bigote se ve bien cuidado, la cara se ha cubierto con algunos vellos que intentan formar una barba que no termina por cerrar y deja la forma de esporádicos lunares sobre el rostro.

Ese día estaba satisfecho; ya no traía ningún currículum y hasta había alcanzado a revisar algunos de los asuntos que su padre dejó pendientes, sólo era tiempo de esperar a que su celular sonara.  Estaba solo en su “casa” que era apenas un cuarto a medio destruir en una vecindad céntrica, sus pertenencias se limitaban a una pequeña cama individual, un ropero de mediano tamaño y una silla con el respaldo lastimado por el tiempo. Se recostó un momento y aunque era temprano se quedó profundamente dormido.

Su rostro sucio esconde tristeza.  A pesar de su aspecto, tiene esos breves momentos de lucidez en  que recuerda lo que en algún tiempo fue su vida, mira al cielo se persigna y vuelve al suelo a recoger otro pedazo de cartón que amarra junto a los que ya trae cargando, acomoda con facilidad sobre su espalda el pesado cargamento compuesto por cartones, papeles e incluso algunos libros y libretas, y continua con su andar refunfuñante por las calles.

Esa mañana se levantó más temprano que de costumbre, alisó un poco con las manos un pantalón que tomó de su pequeño ropero, se puso una playera blanca y enseguida un suéter, no porque el clima estuviese frio, sino para tratar de dar un poco de formalidad a su aspecto.  Hoy regresaría al juzgado, su casa, esa casa que por ahora no podía habitar se encontraba en juego. Eran las 9 de la mañana y estaba “asegurando” la puerta de su vivienda; casi sin poner atención, como quien hace las cosas con la destreza que le da la experiencia, atravesó su alambre-cerradura por entre un par de agujeros en la puerta de su vivienda, recorrió el sucio pasillo que lo llevaba a la puerta de salida de esa vecindad y se sintió nuevamente en otro mundo cuando sus pies se posaron sobre la acera.  El celular sonó apenas una vez y lo sacó de su bolsillo, después de unos segundos de escuchar a quien le hizo la llamada – hoy no puedo, tengo cosas que hacer, ya será otro día – y colgó. Había dejado pasar la oportunidad para una entrevista de trabajo.

Como pocas veces se encontraba sentado en la plaza, ahí junto al Expiatorio, a su lado derecho había dejado caer todo su tesoro-cartones que recolectó durante el día, las personas iban y venían, jóvenes con uniforme de escuela, algunas otras personas con sus trajes de oficina, eran aproximadamente las 7 de la noche; ahora no era él quien tenía prisa, con su rostro seco y sin sonrisas veía pasar  a la gente que le observaba por momentos.  Del bolsillo de su pantalón sacó un objeto envuelto en un gran pedazo de papel, su celular, lo miró durante unos segundos y nuevamente se lamentó de no escucharlo sonar, lo colocó a un lado y se recostó sobre sus cartones.  A escaso un metro de él permanecía muerto y con una herida sobre el rostro, su celular.

Salió de los juzgados triste, prácticamente todo estaba perdido, lo único que quedaba era esperar por si había alguna muy pequeña esperanza de recuperar lo que en algún momento le perteneció. – Cualquier novedad yo te marco al celular, no pierdas las esperanzas – le había dicho el abogado. Del bolsillo derecho sacó su celular para ver la hora 12:23, al intentar guardarlo se le zafó de la mano y fue a dar justo en la única piedra que había cerca de él, - chingada… - se agacho a recogerlo, aún funcionaba aunque la caratula se estrelló y era cruzada por una línea que al reflejo del sol se veía blanca.  No tenía nada que hacer así que decidió caminar hasta su casa, volteo al suelo y observó un pedazo de cartón, sin saber por qué lo recogió, se lo puso bajo el brazo y continuó su camino.

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